Y llegó el día

Y llegó el día, con todas mis dudas y todas mis cosas, pero llegó, y estuve con él. Incluso en momentos difíciles en los que uno no confía en sí mismo, estos días llegan, vaya si llegan, y qué bien sientan, vaya si sientan bien.

Y cuando crees que no es el momento, que no estás, que no vas a poder, tú misma te sorprendes superando una vez más tus límites, dando más de lo que creías que podrías dar, volviendo a tu ser, a tu capacidad de tirar más y más, volviendo a recuperar todo aquello que ya casi dabas por perdido.

Y te concentras frente a la barra, te evades del mundo, estáis solas vosotras dos, nadie puede interferir en lo que va a pasar. Te acercas, la coges con firmeza, te preparas, y con toda tu rabia la cargas, la subes, y te haces con ella. Esos segundos en los que la mantienes mientras sabes que es tu mejor marca son los mejores segundos del mundo, y la sueltas con esa misma rabia con la que antes la subías, orgullosa ahora de lo que acabas de lograr.

Y no eres capaz de mirar, pero oyes sus gritos, todos y cada uno de ellos, los escuchas, intentas asimilarlos y hacerlos tuyos. Reconoces sus voces, una a una, e intentas seguir sus consejos. Sientes, y sabes, que estás al límite, pero al de verdad, que estás en ese punto en el que físicamente tu cuerpo ya no responde, le mandas órdenes pero la energía de tus músculos está bajo mínimos. Pero no importa, no, porque tú sabes lo que estás dando, y sabes que es imposible dar más, y lo sabes porque si no lo fuera, lo darías.

Y lo vuelves a intentar con la fuerza que puedes coger en los pocos segundos que te quedan, miras el crono, aprietas los dientes, y empujas, y sale.

– “¡Dieciséis! ¡Diecisiete! ¡Dieciocho!”.

– “¡Vamos que puedes!”.

– “¡Diecinueve! ¡Vamooooooos!”.

Pero no entra, tu cuerpo no responde, pero de nuevo no importa. De nuevo ese límite, ese límite que sabes que si no superas es porque ya no es posible superar más límites.

Y es eso precisamente lo que hace de ese momento, tu momento, esos instantes en los que solo quieres tirar la toalla, pero algo dentro de ti hace que saques lo último que te queda, como esa gota de agua que no quita la sed, pero te da unos minutos de alivio. Y cierras los ojos, y vacías la mente, y solo quieres avanzar y que el tiempo pase, y sigues apretando.

Y acaba el tiempo, y te desplomas, pero caes con una sonrisa. Con la sonrisa más horrible que jamás hayas mostrado, pero en ese momento es la que quieres (y la que puedes) compartir con ellos, con esos compañeros que hace apenas un minuto no dejaban de animarte y de gritar tu nombre para hacerte saber, una vez más, que están contigo, para decirte que aunque creas que no puedes, ellos confían en ti, para empujarte a lo más duro de ti misma. Y ves en sus caras todo lo que a veces con palabras es difícil de explicar.

Y son ellos, y eres tú. Sois todos quienes habéis conseguido que todo esto sea posible, tus logros y los del resto, porque hoy cada uno se lleva su propia experiencia. Los nuevos, su primera competición, los fuertes, sus mejores momentos; los de siempre, mejores marcas; los que no querían, confianza; y es que hoy todos nos llevamos un trocito más de nuestro box. Y es que hoy, todos somos el box.

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